miércoles, 1 de abril de 2009

Confieso que no tengo deseos de confesarme

En el funeral de su mujer Walter Kowlaski se descubre enfadado con todo y con todos, el dolor de perder a la única persona que lo comprendió, estimó y amó; ni siquiera su familia cercana se compadece de él, por el contrario, sus hijos bromean sobre quién se ocupará de que su padre no se meta en problemas.

La soledad absoluta que lo envuelve ha sido propiciada por él mismo al cargar con las culpas que lo agobian y su incapacidad de expresar sentimientos.

La ausencia de su esposa enseña a Kowalski que lo único que posee son bienes materiales, recuerdos y una mascota, Daisy, para hacerle compañía; y por si fuera poco, el vecindario que tanto quiere ha visto morir a todos sus amigos, se ha vuelto peligroso debido a las pandillas locales y se ha poblado, en su totalidad, por orientales de raza Hmong a quienes, sin motivo, desprecia.

Los Hmong son de tradiciones culturales y familiares muy arraigadas, un pueblo agradecido por los favores recibidos, también muy tolerantes y respetuosos pese a recibir insultos. Sin embargo tampoco ven con agrado a Walter y su american way of life.

Un incidente pandilleril hace que el protagonista se convierta, involuntariamente, en héroe local y la comunidad Hmong lo trate con el respeto que sus tradiciones demandan, aunque a él le parezca extraño al principio termina por encontrar que estas personas con tradiciones extrañas son curiosamente más cercanos a él que su propia familia biológica, creando en el joven Tao y su hermana Sue fuertes lazos familiares.

Una gran actuación y dirección de Clint Eastwood al mando de un reparto compuesto por actores desconocidos en esta historia, Gran Torino, acerca de la tolerancia, los valores y la responsabilidad adquirida con el heroísmo, una gran película para reflexionar sobre nuestra educación occidental y lo que la misma crea en una sociedad de inmigrantes.

Por Lex
Correción de estilo Rocío Santos.

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